LA TERE

LA TERE


Ansiosa, la Tere aguardaba. Noche a noche, el armónico paso de Cacho en la vereda, la llenaba de cierta angustia. No siempre, él tocaba suavemente su ventana, alrededor de la una. Cuando ello ocurría, despaciosamente salía al pasillo para abrir la puerta de calle, no sin antes verificar que en la habitación contigua, pequeña y miserable, su anciana madre durmiese. Pesada, lacerante, la soltería la había acompañado años. Tantos, que el espejo le devolvía su imagen cada mañana más deshojada. Escuchaba el débil e inestable ronquido de su madre. Treinta años, desde sus quince, viviendo así, prisionera de unas paredes descascaradas, que nunca nadie arregló, ni arreglaría. Tal vez si Cacho…

Pero en cinco meses de esporádicas visitas, ni siquiera el nombre propio sabía. Cuando una noche le preguntó, él simplemente dijo: Cacho. ¿Lo amaba? Algo así sería, ya que no podía dejar de pensar en él. Era más joven que ella, quizás treinta y cinco tendría, y diez años, para sus ansias, no significaban nada.

En una pared, de lo que supo ser el comedor, y ahora, su lugar de dormir, una desteñida foto de Perón, montando un caballo pinto. La había colgado allí su padre, es posible, en tiempos de esperanzas. Una antigua imagen de la Virgen de Luján, reposaba en la cómoda. A ella le imploraba la Tere, desde hacía diez noches, que Cacho llegue y toque. Cacho y sus amigos, al cierre del bar vecino, se reunían en la esquina próxima, donde charlaban y reían un rato. Luego Cacho se desprendía del grupo, y pasaba por su puerta.

La noche en que creyó que su madre moría y salió desesperada a la calle en busca de ayuda, él acertaba a pasar. La asistió, entrando a la casa. Cuando la anciana, por las suyas normalizó su respiración, contuvo a la Tere, la serenó, sonriente acarició sus cabellos, y la besó. Al no conocer otras bocas, el olor y sabor a tabaco y alcohol, no le disgustó. Si le preocupó que su corazón latiera tan violentamente.

Diez noches hacía que las risas esquineras se escuchaban. Pero los pasos no llegaban.. Ella habló del tema. Él, inclinaba la cabeza, ó solo la miraba sin responder. A esa altura, el vientre de Teresa era indisimulable.

2 comentarios:

Eric_sbn dijo...

Copia fiel de ese sentimiento que llamamos "esperanza".
¿Cùantos recovecos puede tener la felicidad?.

Me Encanto leerte.
Saludos

LIA50 dijo...

Tus cuentos, tus poesías tienen tu sello...Besosss Lía.