EN ABRIL

En abril, tal vez muera –de noche y en el Luna-. Total, habré llorado y habrá impactado mi traje color emoción. Al momento, enfrente, su figura querida, semicalva, su gola impecable, una danza de recuerdos setentistas –cuando Argentina fue silencio, y él, de vez en cuando andaba por acá abriendo párpados, golpeando orejas, regando esperanza-. Puedo morir en abril, con la mujer de veinte brazos cerca, viendo a mis amores transparentes y salinos. Si partiera en abril, señores, será que por fin he visto al Nano cerca, que mi corazón no resistió. Será que mi traje de emoción me ha sofocado, y nuestro catalán, insistió en iluminar.


                 ......................................



Fuerte mi corazón. Quedó demostrado anoche mismo en el Luna Park, ya que no he muerto. Allí… los pajarracos, a metritos  nomás, empeñados en zamarrearme del cuello hasta bordear la asfixia. Alcancé a  pensar en mis hijos, mientras podía jurar que mis ojos, mis oídos y mi respiración no bastaban, y todo en mi interior era desorden. Dos tardes antes mi hija mayor me había llamado  por teléfono desde Salta, o San Luis, para decirme “papá, en el auto vengo escuchando a Serrat y me acordé de vos”. Pensé, “seguro se acordó de los dos, de ella y de mí, de cuando de niña lucía  inolvidables trenzas rubias”. Al rato, casualidad, me llama desde Uruguay el mayor de los varones y me dice, entre otras cosas: “viejo, cada vez que escucho a Serrat, te recuerdo”. “Carajo”, pensé, “¿es que he hecho algo bueno estos días?”. Y anoche, justamente antes del concierto, mi hijo más chico, enterado de los comentarios de sus hermanos, sentenció: “Estás cerrando círculos, papá”. “Es eso, es eso, es eso” –grité… para mis adentros-.


Allí, los pajarracos, con el Nano, en la cita que tardó cuarenta y cinco años. Mucho tiempo. ¡Pero vieran a ese joven de setenta moverse por el escenario con tanta alegría! Y a Sabina, dándole yo el lugar exacto que ocupa en mi vida: un mal necesario. Es que vive recordándome mi parte más bohemia, desganada, y hasta insolente, si hace falta. Por el contrario, Juanito me serena, y hace con mi cabeza lo mejor: la ilusiona.
Así que aquí estoy, enterado de que no he muerto anoche… y feliz, porque soy como un árbol talado que retoño, y aún tengo la vida.
  

EN LO ALTO

        EN LO ALTO
   Tal su altura, una mujer inapelable
   de manos de viento, de ágiles ojos y
   apasionada verba, andaba por Jaén  
   sometiendo el tiempo con minúsculos pies.
               Era mayo y España dudaba,
   mi vista derramaba olivos
   y fui feliz lo que mi cuerpo pudo.
        Mi memoria de angustias abonadas 
   anidó las risas de esa tarde joven,
             más luego el tren puntual y frío,
   llevó a la eternidad al beso y  las palabras.