......................................
Fuerte mi corazón. Quedó demostrado anoche mismo en el Luna Park, ya que no he muerto. Allí… los pajarracos, a metritos nomás, empeñados en zamarrearme del cuello hasta bordear la asfixia. Alcancé a pensar en mis hijos, mientras podía jurar que mis ojos, mis oídos y mi respiración no bastaban, y todo en mi interior era desorden. Dos tardes antes mi hija mayor me había llamado por teléfono desde Salta, o San Luis, para decirme “papá, en el auto vengo escuchando a Serrat y me acordé de vos”. Pensé, “seguro se acordó de los dos, de ella y de mí, de cuando de niña lucía inolvidables trenzas rubias”. Al rato, casualidad, me llama desde Uruguay el mayor de los varones y me dice, entre otras cosas: “viejo, cada vez que escucho a Serrat, te recuerdo”. “Carajo”, pensé, “¿es que he hecho algo bueno estos días?”. Y anoche, justamente antes del concierto, mi hijo más chico, enterado de los comentarios de sus hermanos, sentenció: “Estás cerrando círculos, papá”. “Es eso, es eso, es eso” –grité… para mis adentros-.
Allí, los
pajarracos, con el Nano, en la cita que tardó cuarenta y cinco años. Mucho
tiempo. ¡Pero vieran a ese joven de setenta moverse por el escenario con tanta
alegría! Y a Sabina, dándole yo el lugar exacto que ocupa en mi vida: un mal
necesario. Es que vive recordándome mi parte más bohemia, desganada, y hasta
insolente, si hace falta. Por el contrario, Juanito me serena, y hace con mi
cabeza lo mejor: la ilusiona.
Así que aquí estoy, enterado de que
no he muerto anoche… y feliz, porque soy como un árbol talado que retoño, y aún
tengo la vida.