“Cristalizadas alas me sujetan
mientras fumo,
anclado a mi vereda de mirar,
la misma de no ver”


MI VEREDA
Si no he contado mal, mil trescientos cuerpitos de veinte por veinte centímetros, componen mi vereda, sombreada en parte por un viejo paraíso, y adornada con dos canteros de plantas descuidadas. Sobre su gris envejecido y dañado, he pasado por cada sentimiento imaginado: Reí, soñé, grité, lloré, callé, fumé. Mi visita a ella, se transformó en un recurso de pausa ahora, de reflexión. Es un reducto símbolo de mi libertad de pensamiento inabordable, donde mis alas, son incontenibles, soberanas, dispuestas a vencer tiempo y distancias. Un día, me verá partir tal vez gozoso, tal vez absurdamente herido, como una síntesis de ella y yo, finamente ligados.
Descubrí en ella, la sensibilidad de ciertas mujeres románticas y me encanta. Se ha transformado en apacible compañera, no silenciosa, dinámicamente transmisores, -ella y yo-, de experiencias. A distancia, seguramente pareceremos indiferentes seres de escasa comunión. Sin embargo, como viejos compinches, nos hermanamos tibiamente en recuerdos y proyectos.
Es mujer. Lo he descubierto por la seducción que me provoca, por lo convencido que vuelvo a ella a contarle dichas y pesares, por la paciencia estoica con la que nos escuchamos. Hemos llegado a comprender silencios como claves. Si, que estoy entregado a los brazos que no ven.

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