CEBOLLA

Omar recorría el barrio tratando de averiguar quién lo había rebautizado. Los pibes negábamos saberlo, aunque amenazara con su enorme puño negro. No traicionaríamos al
ocurrente autor, ya que todos disfrutábamos el apodo divertido: Cebolla.
Una mañana soleada, fui sorprendido por Omar, saliendo yo de la despensa de Zapata. Sin vacilar me acomodó con su mano izquierda contra un cerco de ligustrinas. El ondular del puño derecho, cerca de mi nariz, me paralizó. Con el rabo del ojo busqué la presencia de mi viejo por allí. Nada. El aliento de aquel gorila era un castigo en si mismo. Sus ojos desviados hacia afuera divergían eléctricos mirándome con uno u otro.
Tan cerca estaba su cara de la mía, que pude ver en detalles su lengua gorda, morada y acuosa. Sus labios rechonchos y húmedos, juntaban en sus comisuras una espuma blanco-amarillenta.

-¿Voz me puziste Zeboia?. Rugió.

Temblé y exageré mi inocencia con un:

-¿Quéeee?

-¿Quién fue entonzes, eh? ¿O quedéz que te dompa la jeta?

En mi cara se secaban gotitas de su espesa saliva, y
Y mentí obligadamente:

-¡Qué sé yo, Omar...si ni sabía que te decían Cebolla!

Debo haberlo convencido, porque aflojó la presión de su garra izquierda. Mirándome con su ojo derecho, en esta oportunidad, me dijo inocentemente:

-¿Zi te entedáz quien fue me lo deziz?

-Seguro, Omar...palabra.

Me soltó. Con su andar de mono y su cabeza rapada,
cruzó Juncal, allá en Ituzaingó.

Todos teníamos apodos: el pelirrojo, Fideo con Tuco; el fabulador, Milanesa; el de los pedos más sonoros, Motoneta; Rabanito, el que enrojecía fácilmente. Y así de seguido.

Cebolla era un apodo más, solo que Omar se calentaba y entonces era temible. Desconfiaba de todos, especialmente de Milanesa, con quien tenía una relación pésima. Es que una tarde, atajando Omar en la canchita de Trole y Las Heras, Milanesa le acertó un tremendo pelotazo en la cara –pelota muy mojada-. Con la frente, la nariz y los cachetes decorados por las costuras de la pelota, Omar al rato se retiró de la canchita.

-Me voy, muchachoz...me padeze que tengo fiebde.

-Y...sí...para atajar con la cara, mejor andate, bestia- se mofó Milanesa, ganándose para siempre el odio de Omar.



¿Quién? ¿Por qué? ¿Cuándo?...nunca se supo. Alguien le dijo a Omar que su apodo se lo debía a Aldo Rabanito. Sabíamos que el grandote lo acechaba y Aldo cambió rutinas y aumentó la vigilancia. Para el resto de la barra era un alivio que Cebolla hubiese encontrado al culpable, pero temíamos por Rabanito, que era un buen pibe.
Cierta tarde, agobiante, mientras hacíamos nada a la sombra de un paraíso enorme, Aldo salió del almacén de Olinda, perezoso y despreocupado. Burlón, Motoneta le advirtió:

-¡Ojo Rabanito que puede andar el cuco!

Las carcajadas de todos hicieron sonreír a Aldo. Bolsita en mano, partió hacia su casa por la veredita de lajas.
Nadie había visto a Omar escondido detrás del eucalipto. Cuando Raba pasó junto al árbol, la figura esa vez ágil de Cebolla, le cortó el paso. Rabanito algo intentó, pero era tarde. La manaza izquierda lo tenía atrapado del pecho y en un mismo acto su espalda fue a golpear contra una astillosa palmera, que sostenía cables de electricidad.
Pobre Aldo. ¿Cómo salvarlo? “Dejalo ché...te aprovechás porque es más chico” “Cebolla cobarde” “Cebolla cagona” “Cebollón podrido”, gritamos en turno, dispuestos a volar de allí, si el mastodonte hubiese decidido cambiar de presa. Pero no escuchaba nada. Aldo, presionado brutalmente contra las astillas, sorprendió a todos manejando la situación con valentía suicida.

-¡Azí que voz me pusiste Zeboia!- escupió el gigante.

-¿Yooo ponerte Cebolla? ¡No, Cebolla!

-¡No me digaz máz Zeboia, cadajo!

-¡Pero si yo no te digo Cebolla...Cebolla!

-¡Puto de mieda...te mato de una piña zi me volvéz a dezir
Zeboia! ¿entendizte?

-Está bien, Cebolla...no te digo más Cebolla... ¿si?

-¡Ahhh!- gritó Omar como un samurai rabioso, mientras su puño derecho bajaba cual rayo asesino, buscando la breve nariz de Rabanito. De pronto se escuchó un alarido feroz, espeluznante. La palmera se balanceaba aún, cuando Omar se retorcía tirado en la vereda. El pícaro Rabanito al ver llegar el golpe terrible, apenas movió su cabeza hacia la derecha. Toda la furia, todo el odio de Cebolla se había estrellado contra el madero.
Alertas, nos acercamos al caído, que hecho un ovillo se apretaba la mano ensangrentada contra el vientre. Su cara era un pasticho de lágrimas, baba y mocos, y gemía como una bestia. “¿querés que te acompañemos hasta tu casa, Omar?”
“meté la mano en el agua de la zanja, Omarcito” “¿querés que llamemos a tu vieja?”
A nuestras espaldas el increíble Aldo volvía a su casa. Un grito femenino, agudo, cruzo la tarde:

-¡Alldooo! ¡Hace una hora que te mandé a comprar! ¡Entrá rápido o te rompo la cabeza!

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Tano amigo, inconfundible tu forma de relatar....
Capítulos,apasionantes contados con tal destreza, digna de admiración,me dejan con ganas de leer más.
Me encantó, la historia
Un beso
Cati

monpita dijo...

jajaja me gusto mucho tano... me transportó a mi niñez a sus bandas de barrio. Siempre surgian los apodos, especialmente entre los varones. Tu redacción??? que voy a decir de ella, en lo personal me apasiona. un beso mon

Negritachile dijo...

Ayyy....mi amigo hermoso escrito, como siempre me emociona leerte, grande poeta para mi, eso eres tú...te quiero mucho y gracias por compartir conmigo lo tuyo, eres excepcional

LIA50 dijo...

Estas anècdotas de la infancia son tan lindas, y las cuentas con tanta exactitud, que puedo decirte impecable!.Besos Lia.